domingo, 14 de octubre de 2012

Las líneas de la mano


® LAS LÍNEAS DE LA MANO

© Antonio Blázquez Madrid

(PREMIO VIII Certamen literario de la Universidad S. Buenaventura –Cali –Colombia)

     
       Lo recuerdo bien. Cuando mi inocencia era más grande que mi edad, me sentía orgulloso de tener grabada en la palma de la mano la inicial de mi nombre: una M de Mario que mostraba con cierta vanidad, y que procuraba pintar en el lugar más visible de las portadas de mis libros y cuadernos. Yo, por aquel entonces, siempre imaginé cuánta envidia debía de sentir mi amigo, Santiago, pues nunca pudo conseguir que en su mano se reflejase la suya.
        Por una extraña alergia, según pronosticó el doctor, una de las líneas se fue difuminando al final de una primavera, hasta llegar a desaparecer. Mi infantil imaginación no me permitió creer en las razones dadas por el médico, y pensé que fue la traición que había sufrido días antes de mi mejor amigo, y que rompió mi inocencia, lo que borró de mi mano una parte de aquella letra.
        Pero aún me parecían hermosas las tres líneas que quedaban. Y seguí contemplándolas con satisfacción durante los años de la adolescencia; y en nuestro rincón privado del parque se las mostraba a mi primer amor, contándole la historia de la parte perdida. Hasta que un día, inesperadamente, cuando el verano terminaba, otra de las líneas se fue borrando. Coincidió entonces con mi primera ruptura amorosa, y le eché todas las culpas sin buscar otra explicación.
        Aún me quedaba la mitad de mi nombre, y procuré sentirme feliz pensando que hubo otros que nunca tuvieron el suyo grabado en la palma de su mano. Una mañana, al levantarme, en los días finales de un otoño de otros muchos que ya habían pasado, descubrí la falta de la mitad de las dos líneas que todavía tenía, y en ese momento comencé a sentir el vacío que la estrenada soledad, provocada por una nueva y tormentosa ruptura, había comenzado a dejar en mí, y la culpé de la nueva perdida.
         Dejé transcurrir el tiempo sin volver a mirar lo poco que quedaba de mi nombre, por temor a no ver nada de mi anterior existencia, hasta que una noche del final de un gélido invierno, mientras frotaba mis manos al lado de una vieja estufa intentando quitar de mi piel el intenso frío que me invadía, casi sin querer me vi la palma de la mano, y la encontré lisa, vacía, sin ningún resto de aquella letra de la que tan orgulloso siempre me había sentido. Pero ya ni siquiera me molesté en buscar algún hecho o circunstancia que lo justificara.
          Nunca supe cuando desapareció la última línea, ni el motivo por el que se fue de mi mano, pero ahora, cada día, mantengo el puño cerrado con fuerza y con rabia, no sé bien si para luchar contra el destino o para evitar que otros vean cómo se fue mi vida.

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